Hace exactos 50 años, Richard Nixon anunció su renuncia a la presidencia de los Estados Unidos. Lo que había comenzado con la detención de cinco personas acusadas de poner micrófonos en la sede de la oficina Demócrata para la campaña presidencial, ubicada en el edificio Watergate, en Washington D.C., acabó forzando la renuncia del hombre más poderoso del mundo.
Así comenzó lo que se conocería como el “caso Watergate”, que convirtió en leyendas a los periodistas del Washington Post Bob Woodward y Carl Bernstein. A partir de allí, todo escándalo que se precie de tal lleva el sufijo “gate” y es el sueño fundacional de todo periodista destapar un escándalo que sacuda al mundo y tener una fuente secreta. Pero Watergate es mucho más que eso y hoy todavía tiene cosas que enseñarnos.
Visto desde hoy, todos los puntos conectan. Durante 26 meses, Woodward y Bernstein tiraron de una hebra que los llevó hasta la Casa Blanca y lo narraron con épica detectivesca en su libro “Todos los hombres del presidente”, pero en el día uno, eran sólo cinco ladrones ante un juez local y dos periodistas desconocidos que reporteaban temas de ciudad; no eran las firmas famosas del Washington Post. ¿Qué vio Woodward esa mañana que le llamó la atención? ¿Qué los ladrones tenían un “abogado caro” y bien vestido? Cuando el juez les obligó a decir en qué trabajaban, uno mencionó estas tres letras: CIA.
El mito de Watergate es una gran historia: la de un Presidente que intentó subvertir una elección con una guerra sucia en cinco frentes: contra el movimiento anti-Vietnam, los medios, el Partido Demócrata, la justicia y la historia. Nixon no habría caído sin el trabajo del juez John Sirica, el comité Ervin, el gran jurado y las cintas de grabación en la Casa Blanca que él mismo instaló.
Woodward y Bernstein no descubrieron muchas cosas, sino que publicaron información filtrada por el FBI, la Fiscalía, el gran jurado y los comités del Congreso. Si hubo algo heroico en todo esto fue cultivar la relación con las fuentes, chequear y confirmar diez veces para publicar sin errores; el poco glamuroso trabajo periodístico cotidiano del reportero y redactarlo todo con mucho cuidado, porque a medida que lo increíble aparecía en el horizonte publicar cualquier error habría sido el final de todos ellos.
En el intertanto, Nixon ganó su reelección con una mayoría aplastante y se dedicó a sepultar la historia que solo el Post insistía en contar. Katharine Graham, la dueña del periódico, resistió presiones y amenazas, confió en el trabajo de sus periodistas y editores, pero también tenía dudas, porque los otros medios no seguían la historia y a diario los desmentía la Casa Blanca: “Si esto es una tremenda historia, ¿dónde están todos los demás?”, preguntó Graham.
¿Por qué es relevante Watergate 50 años después? Porque es la historia de las instituciones que hacen funcionar una democracia –y el periodismo profesional es una de ellas—cuando un presidente juega sucio. En una entrevista muchos años después, Bernstein dijo que lo que más le llamó la atención cuando escuchó las grabaciones de la sala Oval de Nixon es que nunca piensan en el bien del país, sino en el propio. Watergate es la historia de funcionarios públicos, abogados, periodistas, jueces, secretarias y agentes que, arriesgando trabajos, amistades o ir a la cárcel, antepusieron sus convicciones democráticas al poder político; varios de ellos eran miembros del Partido Republicano, el partido de Nixon, pero entendieron que el bien común estaba por encima del poder.