Al oeste de Itaca avanzando apenas 7 millas desde Pisaetos llegaremos en no más de 30 minutos de navegación al puerto de Sami, la cuna más antigua de la isla de Cefalonia en su costa oriental, la más grande de las Jónicas. Sami es una ciudad pequeña, tranquila y quitada de bulla. Como en todas las islas, cualquiera sea el tamaño de la ciudad, pueblo, villa o caserío, se duerme siesta de 3 a 6 de la tarde y no esperéis encontrar negocio alguno abierto a estas horas que no sea una que otra cafetería.
En las islas la vida se aquieta después de almorzar, las casas se agazapan en el sosiego y la modorra, las calles se ven vaciadas y la cadencia del tiempo se hace más cansina y remolona, con ese pulso antiguo de gentes que jamás tenían prisa. Conviene al viajero adentrarse en este mundo lejano, anticuado, amable y más feliz, donde los días duran más tiempo y el tiempo fluye sin premura. A esta hora ni las aves pían y el sol, silencio de corchea, al ritmo de balada, marca su perezoso tránsito a occidente.
La vida se agolpa sobre las calles, los bares y los cafés a la caída de la tarde cuando el frescor vespertino ablanda la luz, la sombra de las moreras pinta las veredas y la brisa marina fumiga el ambiente con aromas de lavanda y jazmín, de ciclamen, de mirto y de sal. Llega el momento de la charla en los balcones y terrazas y en cada esquina habrá dos griegos discutiendo sobre cualquier asunto para llegar a tres conclusiones contrapuestas y rematar con unos cuantos vasos de oúzo en la cantina mientras encuentran otro tema en que discrepar, es el deporte nacional.
La capital y ciudad más poblada es Argostoli que preside una enorme bahía sobre la costa oeste bien abrigada de los vientos de poniente y que recibe lujosos yates en sus magníficas marinas. Desde aquí las carreteras, mucho mejor desarrolladas que en el resto de las islas Jónicas, se extienden hacia el norte y el sur para cubrir largos tramos por su territorio.
Había acordado con Enos Bikes el arriendo de una moto. Me entregaron una bastante nueva Sym Jet 14 200, por supuesto blanca. Sym es una marca muy extendida en Grecia y yo no había manejado jamás una moto china. He de reconocer que pese a sus escasos 200 cc rindió bien durante las travesías más largas y no me vi nunca necesitado de mayor potencia. Muy a mi pesar la bauticé Persefóni (Perséfone) que fue el nombre que sugirió la moto y no quise contrariarla, no fuera a hacerme un berrinche en plena ruta y me mandaba por tierra. Eso sí el bautismo fue con agua mineral porque no quería yo utilizar sustratos alcohólicos para pronunciar el nombre de la reina de los infiernos. Mucho más tarde comprendería la real significación de este apelativo.
Cefalonia no tiene ni la elegancia y sofisticación de Corfú ni la intimidad y delicadeza de Itaca, no por ello exenta de atractivos y desde un punto de vista rutero, en general mucho más cómoda y ordenada. Está provista de un muy buen aeropuerto internacional cuya pista de 2,4 kilómetros como es de esperar, cae al mar a cada extremo.
Si el corazón de la isla nació en Sami para venir a radicarse en Argostoli en tiempos modernos, durante el largo período veneciano el centro político y militar estuvo ubicado en el castillo de San Jorge (Kástro Ayíu Gueoryíu) en la localidad de Peratata, municipio de Livathú. Es un viaje de 7 kilómetros por un camino secundario y algo sinuoso desde Argostoli al sur subiendo la colina que domina tanto el puerto capitalino como el extenso espejo del mar Jónico, flanqueado a occidente por la bota itálica, Sicilia y Malta. Era un magnífico punto de vigilancia sobre la ruta marítima complementado por la estratégica colaboración al norte de la isla de Corfú, ésta con visibilidad total sobre el estrecho canal que comunica el paso del mar Adriático al mar Jónico entre la costa de Albania y el tacón de la bota italiana.
El castillo del siglo XII está magníficamente planteado desde el punto de vista poliorcético y tuvo en su época una extensión importante extramuros en lo que se denominó il Borgo y que hoy acoge al pequeño poblado que vive de la historia medieval, de olivares y viñedos. La visita al castillo podría tomar una buena hora y media si deseamos recorrer sus intrincados vericuetos. La piedra original aún es visible en algunos tramos de las calzadas de adoquines desgastados, brillantes y bruñidos por el rodar de las carretas y el derrape de las herraduras. Los muros están muy restaurados pero bien valen su recorrido integral de 600 metros de perímetro por las magníficas vistas desde sus portentosos torreones. Si rebuscáis con cuidado descubriréis una entrada oculta hacia el baluarte de oriente bajando hacia las mazmorras que nadie conoce y por eso se pierden de tal espectáculo. El atalaya controla todo el valle de Argostoli y desde ahí es fácil imaginar la dificultad de un asalto y el valor de la ingeniería militar que los venecianos pusieron en marcha en esta margen del mar Jónico.
A la salida de la vista el mejor restaurante del lugar es “El Castillo” (To Kástro) con excelentes platos locales, esmerada y cordial atención y precios asombrosamente bajos considerando que el punto es únicamente turístico. Se trata de un emprendimiento familiar de modo que mozos, cocineros y administradores son parientes y ello les permite mantener los precios bajos. Conseguid una mesa en la terraza cubierta de parronales y cercada de yedras, jazmines, bugambilias y geranios, que os brindará una hora de refrigerio y exquisita placidez mientras paladeáis suvlaki, mezédes o salata joriátiki y por los postres (epidórpio) os pedís un vaklavás, yioúrti o pagotó (helado). No hay posibilidad de no salir encantado de ese pequeño palacete de los sentidos.
Las playas más reputadas de la isla, Skala, Myrtos y Fiskardo se encuentran en el norte. Es una ruta larga de un par de horas por la carretera que bordea serpenteantes acantilados. Lo que más paga son las impresionantes vistas desde la altura y las paradas para hacerse fotos son recurrentes y hasta inevitables. La vista manda y el corazón se detiene un momento contemplando esas peñas que se precipitan al ancho mar que refleja la serenidad de un cielo generosamente límpido y azul y de aguas tan traslúcidas que sus fondos son visibles desde las alturas. En este sector las playas son arenosas lo que a los europeos les da mucho entusiasmo y suelen hablar de “sandy beach” (playa arenosa). Yo he tratado de explicarles que para un chileno playa arenosa es un pleonasmo y que playa y arena para nosotros es más o menos la misma cosa. Es cosa de gustos. Si lo que buscáis es arena blanca todo el norte de Cefalonia os brindará numerosas playas con distintas facilidades de acceso. La mejor implementada es Skala. Myrtos es básicamente un arenal sin muchas facilidades y Fiskardo con mucho la más urbana es por lo mismo demasiado cercana al puerto.
Como yo rehúyo las arenas costeras, que para quedar arenado hasta las muelas están los desiertos y el Jamsín egipcio (pero esa es otra crónica) decidí tomar rumbo al sur, hacia uno de los destinos más extraños, el paraje más arcano, la playa más recóndita de toda Cefalonia, única en su especie, escondida entre los secretos del tiempo y los vericuetos del monte.
Saliendo hacia el sur desde Argostoli por el camino de Passadon se llega hasta el cabo Liakas a unos 13 kilómetros y unos 30 minutos de viaje. Como la mayor parte de las carreteras el trayecto cercano a la capital lo haréis por doble vía muy bien pavimentada pero a medida que avancéis os adentraréis en parajes cada vez más rústicos y el camino indefectiblemente se irá estrechando y el pavimento será cada vez más ingrato. En la zona de Liakas la ruta irá por una de esas típicas sendas interiores, sinuosa, carpeta irregular con muchos parches y otras tantas rajaduras, baches y deformaciones. Al final el caminillo se estrecha hacia un descenso que podrá poneros los pelos de punta. Bajaréis por un angosto pavimento que más parece pedregal como si la pendiente se hubiera baldeado con mortero y todo hubiera quedado como bien haya caído. A quien os mire desde la distancia no le quedará claro si vais camino de la playa o en un desquiciado intento de suicidio. Pero al llegar al final de la ruta hay una explanada que sirve de aparcadero totalmente a nivel. Respiremos confortados. Bajando luego por una breve huella llegaréis a uno de los sitios más insólitos que uno pueda imaginarse. Nuestro destino, la playa de Amandakis.
En esta zona el terreno cae al mar en acantilado violento y separada por estrecho canal nos encontramos con esta desolada y solitaria plataforma rocosa rodeada de mar, cayendo en suave declive hacia el agua, un islote insospechado como el caparazón de una tortuga gigante sobre la que pretendiéramos hacer playa y que huiría presurosa de no estar asida por un angosto arco rocoso que oficia de garfio a través del canal. Hay con todo un puentecillo de madera para cruzar seguros, que la unión natural es harto arriesgada, y es el único elemento de semejante arquitectura que logra difuminar ese halo surrealista de tan singular rincón del planeta.
La primera vez que accedí a esta playa recorrí la desolada planicie cuidándome de no incurrir en sacrilegio, profanación o simple disturbio de los dominios de algún dios u otro personaje mitológico que reclamara propiedad o exclusión del pequeño territorio. Me parecía imposible no encontrar en ese páramo marítimo una gorgona, a Escila, Caribdis, el furioso Posidón o la propia madre de Aquiles para descubrir muy tarde que la peña no era otra cosa que un santuario donde uno debiera no estar. Amandakis sin duda tiene una potencia mágica donde podemos liberar nuestra imaginación y conectarnos con las antigüedades más profundas y lo más remoto pasado.
Hay en la explanada seis toldillas cada una con dos tumbonas encadenadas para que el viento no las arrastre al mar lo que le da un aire de película de thriller. Esa escasa implementación es suficiente para el reducido público que sólo a veces acude al encuentro de semejante paraíso natural sin otra música que el cansino machacar de las suaves olas en la orilla o el silbido del viento.
Adentrándose en las aguas accedemos en suave descenso a una pradera de algas Caulerpas. La máscara de snorkel para este lugar es un accesorio imprescindible para no perdernos del espectáculo principal del fondo marino, un ballet de peces multicolores, una función en rotativo que podremos disfrutar por horas haciéndonos parte de esa vida submarina con ritmos tan distintos a los nuestros, donde todo acontecer es sordo y suspendido en el espacio y en el tiempo.
Abundan en la zona del algar los lámbridos, Fredys, Farros y Llambregas y resaltan los Wrasse Blue Head que nos deslumbran por su llamativo colorido y presuroso movimiento al ritmo de corcheas luminiscentes. En la zona del canal, con aguas de fondos más opacos y con ritmos más pausados navegan serenas en numerosa compañía las Obladas que platean las aguas al tiempo que transcurren surcando el espacio líquido en mágica levitación.
Amandakis es un vicio que uno desea repetir. Pasar las horas en la serena peña en la compañía del cielo claro y el extenso dominio del mar, aislados del mundo y de sus cuitas, cultivando nuestras fantasías, entre adormecidos dioses e inofensivas quimeras o contemplando la danza polícroma de frágiles y huidizas creaturas acuáticas. Fue entonces que comprendí que quizás la mansedumbre de las divinidades y la inactividad de los monstruos y furias obedecía a que sobre una terraza más arriba, en el aparcadero, me esperaba y me protegía la propia Persefóni, la reina del imperio infernal que con su poder y magia mantenía los esperpentos a distancia y apaciguados a los dioses. Quizás el misterio de la soledad del islote radicaba en esa especial protección de la cual estaba yo gozando y los demás mortales visitantes habrían sido devorados por aterradoras creaturas o convertidos en piedra por la Medusa. Me han dicho que no es así y que hay sobrevivientes que han vuelto de este sitio, así como yo. Pero no los conozco ni los he visto. Como sea, Amandakis permanecerá entre mis recuerdos como uno de los parajes más misteriosos que haya visitado, del desahogo de la fantasía y la liberación del juego poético, un paisaje que nunca estaré seguro de haberlo vivido o bien soñado y una playa que, nunca mejor aplicada una muy española expresión coloquial “es la mar de entretenida”.
Para los que prefieran playas más implementadas, con restaurantes, toldillas y servicio directo a la tumbona mi recomendación es Antisami (anti se usa para significar en contra de o al otro lado de). Antisami está al otro lado del monte que sirve de protección natural del puerto de Sami en una bahía menor. A unos 30 kilómetros de Argostoli atravesando de costa a costa el macizo central por una nueva carretera llegaréis a Sami que deberéis cruzar por su cintura para subir el monte que separa ambas bahías y al bajar llegaréis a esta playa de cantos rodados, de aguas diáfanas y de fondos blancos. Con excelentes bares y restaurantes, cómodas reposeras y algo de música no invasiva. Allí en sus aguas traslucientes y poco profundas con vuestra máscara de buceo podréis maravillaros de los gigantescos cardúmenes de Obladas que transcurren sin premura ni temor entre las piernas de los bañistas confundiéndose con las albas piedras del fondo. Antisami es para mi gusto la mejor playa de Cefalonia para quienes buscan un descanso tradicional, cómodo y relajado, y para quienes se arriesguen a batallar con los dioses y combatir con las quimeras allí seguirá Amandakis poniendo a prueba vuestra capacidad de asombro y vuestra imaginación.
Visité Antisami antes de partir, sin embargo, por un motivo que para mi es propio y especial. Desde la altura del camino Itaca es muy visible. Era mi tarde antes de partir y sabía que Itaca, la custodia de mi corazón que se había quedado prendido en sus bosques y playas, estaría esperando por el último adiós. La miré por última vez antes de que el camino la dejara fuera de mi vista y con todo el sentimiento susurré al viento, como se dice en Grecia, tú jrónu, “hasta el próximo año”.
Todas las fotografías presentadas en este texto son de autoría de Lord Horus salvo se indique lo contrario