Los grandes viajes permanecen en nuestros recuerdos por muchos años, quizás para siempre y tal vez sea porque la vida es una larga travesía que hacemos por este mundo, que los viajes nos dejan siempre una enseñanza para enfrentar las sendas que nos depara el destino.
Escudriñando entre los pliegues del tiempo y los rincones del planeta he hallado el cofre de mis más preciados recuerdos y en este repositorio de numerosas andanzas y aventuras tantas di con las notas de uno de los viajes más impactantes que realicé.
En el centro del planisferio se encuentra la península de Anatolia, la tierra “por donde el sol se levanta”, que eso significa su nombre, el Asia Menor. Encrucijada de caminos desde las más antiguas caravanas, senda de los caminantes en la nebulosa de los tiempos, cuna de los santos, madre de grandes imperios, refugio de los oprimidos, fuente del Tigris y el Éufrates, luz de los sabios y margen del Paraíso, todo eso es Anatolia. Esa península que se besa con Europa entre los Dardanelos y el Bósforo donde la historia de occidente ha encontrado su foco por 3 mil años casi.
Justo al centro de Anatolia, en el centro del centro, existe un valle que los aguaceros del tiempo, los torrentes y avenidas, el lamido del viento y el sol inclemente por milenios de milenios fueron tallando en su geografía de carbonato de calcio unas fantasmagóricas y retorcidas columnas montañosas que unas veces parecen las velas de un bajel y otras un monje que se yergue hasta el cielo y otras tantas la techumbre completa de una catedral. Es la Capadocia, la región donde despierta el sol y donde se duermen los ángeles, la que reposa bajo la gloria del Altísimo, eso al menos pretende significar su nombre.
Nuestro viaje se inicia en la capital del mundo, donde se asentó el centro político del imperio más duradero que conoció la historia: Estambul (İstánbul en turco), pero de esta ciudad hay tanto que hablar y tanto qué decir, soñar o discutir, que si comenzara en ella el relato, así como las mil noches y una noche, el cuento no acabaría jamás. Será entonces una historia que serviremos en plato aparte.
Comenzaremos pues en la margen oriental del Bósforo, en Üsküdar, el distrito que bordea las costas del estrecho que por milenios controla y vigila el comercio que por esta vía transita, conduciendo también las aguas de tantos ríos como el Danubio, el Dniéper, el Dniéster y el Don que fluyen desde el Mar Negro (Kara Deniz) hasta el Mediterráneo.
Pero antes de partir, como la mayor parte de quienes llegan a Turquía lo hacen por Estambul y no todos han de aventurarse en una moto, digamos que es perfectamente posible llegar hasta Capadocia en avión desde el aeropuerto internacional Atatürk (ISL).
Hay al menos 5 vuelos diarios servidos por Pegasus y Turkish Airlines. El viaje es de 1 hora 20 hasta Kayseri, a lo que hay que sumar el trayecto desde nuestro hotel en Estambul hasta el aeropuerto Atatürk que nunca será menos de 40 minutos, más una hora de anticipación al embarque y el traslado desde el aeropuerto de Kayseri hasta Göreme, que será nuestra ciudad sede en Capadocia, que tomará algo más de 1 hora. Así que el viaje en avión nos podría demorar unas 4 horas.
Otra forma barata de trasladarse a Göreme es por autobús. El viaje de Estambul tarda unas 11 horas. Hay buses nocturnos, saliendo a las 19 horas para llegar a hacia las 5 de la mañana. El pasaje ronda los 25 euros.
Nosotros en nuestras motos podríamos hacer el trayecto en una sola jornada de unas 7 horas, más tiempo para repostar y paradas técnicas y comidas, que yo no recomiendo. Os propongo en tanto la siguiente ruta.
Saldremos del continente europeo tomando el Puente del Bósforo (Boğaziçi Köprüsü) lo que nos brindará la oportunidad de la magnífica vista sobre el estrecho y mirando hacia la derecha gozaremos del panorama sobre el mar de Mármara, esa enorme tinaja de mar, bañada por el sol primaveral, teñida de azul y surcada por enormes cargueros procedentes del mar Negro al norte del estrecho, que siempre traen olor a conflicto internacional y guerras en desarrollo.
Saliendo del puente estaremos sobre territorio asiático en el distrito de Üsküdar en la zona de Beylerbeyi cerca del palacio del mismo nombre que era la residencia de moda en la segunda mitad del siglo XIX. Ahí se dieron cita los príncipes europeos en el año 1869 en una fiesta de cuento de hadas o ballet ruso, contando con la figura descollante de la Emperatriz Eugenia, una especie de Elena de Troya decimonónica, por todos los gobernantes admirada cuando no rendidos de amor por ella. Y de ahí partieron las cabezas coronadas de toda Europa luego de estos festejos a la inauguración del canal de Suez, que habría de ser el hito más comercial más importante hasta nuestros días, abriendo paso al tránsito mediterráneo a través del mar Rojo hacia la India.
Nuestro viaje hacia el este, con el primer destino al lago Mogan (Mogan Gölü) en las inmediaciones de la capital Ankara, nos llevará por la autopista O-7, Kuzey Marmara Otoyolu (otoyol es autopista). Todas las rutas marcadas como O son autopistas de pago y sus valores son bajos, muy bajos.
Iremos a pleno campo a través de cultivos y canchas trilladas, por un trazado recto y plano sobre una enorme alfombra verde como verde puede ser la esperanza y verde la profundidad del horizonte en estos márgenes de la tierra que mientras más al oriente es más extensa, más inabarcable y más misteriosa.
A unas dos horas de viajes llegaremos a la ciudad de Düzce y es buena hora y buena plaza para descansar y repostar si fuere necesario. No desperdiciaría la oportunidad de visitar uno de los restaurantes más extraordinarios en esta parte del continente, el Köydeyiz, Kır Bahçesi. El nombre es un juego de palabras porque la primera palabra sugiere algo urbano y las otras dos significan “huerta rural”, así que es como deciros que te han llevado a la ciudad un pedazo del campo y eso es precisamente este restorán donde podréis probar exquisitos manjares de la cocina turca gozando de la sombra bajo la galería techada sobre los prados.
Para vuestro cursillo de turco he de explicaros que la letra I,ı (una i sin punto, tanto mayúscula como munúscula) debéis pronunciarla como una e breve y cerrda que si apretáis un poco las muelas os saldrá casi local. La Ç, ç suena como la ch de Chile y la Ş, ş como la sh inglesa.
Repuestos y comidos y luego de un necesario café (Kahve, aquí un nuevo tip de turco, la C, c suena como la Ll en llave) reiniciaremos el viaje hasta la zona de Ankara, eludiendo el ingreso a la capital para descansar junto al pequeño lago Mogan en Gölbaşi. Hay algunos buenos hoteles aquí como el Ulaşan Hotel, por ejemplo. Esta zona está junto a la carretera D-750 que permite salir hacia Göreme de forma expedita cuando reanudemos el viaje.
Aunque seguiremos camino directo a nuestro destino, os dejo invitados desde luego a una expedición opcional en las cercanías a la capital del imperio Hitita, Hattusa, que bien podríamos visitar en el camino de regreso.
Nuestra ruta se traza por la autopista O-21 Ankara Tarsus Otoyolu y eso quiere decir que va desde Ankara hasta Tarso, sí, la patria de San Pablo, en la costa, frente a Chipre, hasta ahí es un trayecto de 5 horas. Nosotros nos detendremos en el centro de Capadocia, ante el espectáculo de Göreme, una ciudad literalmente tallada en la piedra, a la cual llegaremos en un par de horas.
Nuestra visión se extasiará en esos restos montañosos de piedra caliza que fueron tallados por los milenios de viento y de agua que dejaron el esqueleto de lo que millones de años hace fue un macizo altiplano.
El paisaje resulta intrigante, dramático y sobrecogedor, inquieta como un cuadro de Salvador Dalí y perturba como una ópera de Francis Poulenc, es pura magia de rocas danzantes y esculturas caprichosas cubiertas de colores raídos como acuarelas lavadas. Un mundo que parece suspendido del cielo y detenido en el tiempo, que no acaba por derrumbarse ni termina de construirse. Un espacio post apocalíptico y sin embargo sereno, silencioso y pacífico, bañado de luz y cubierto de sombras.
La erosión de la roca milenaria dejó de la montaña unos vestigios aislados y en ellos innumerables oquedades naturales que fueron aprovechadas por los primitivos habitantes para refugiarse de las invasiones militares de tantos imperios que sucesivamente lucharon por hacerse del territorio. Asirios, hititas y persas, macedonio y romanos, ningún imperio euroasiático dejó de poner pie y reclamar la región que por su estratégica posición en la encrucijada de tantos caminos hacía conveniente su dominio. En cada recambio de señorío los habitantes locales se retiraban a las cavernas y allí continuaron artificialmente la obra que previamente había hecho la naturaleza. Ahondaron el tallado de la piedra y construyeron aldeas interiores. Habitaciones, cocinas y comedores, templos, bodegas y pesebreras, ciudades completas en varios pisos fueron esculpidas en las alturas de los promontorios.
Desde el siglo II de nuestra era comunidades cristianas monacales se retiraron a estos desolados parajes buscando refugio, sosiego y serenidad, y en la piedra de la montaña se tallaron monasterios, mausoleos, claustros y catedrales. La montaña es en toda su extensión un museo lleno de arte y arqueología, de historia, de laboriosa ingeniería y de santa paciencia.
La ciuidad de Göreme, siguiendo la tradición milenaria, se ha hecho un circuito turístico excepcional con multitud de hoteles que igual que en tiempos antiguos, se encuentran tallados en los faldeos montañosos que caen hasta la ciudad. Nada más llegar a ellos entraremos en habitaciones esculpidas en la piedra cruda, unas cavernas donde todo el interior se ha vaciado dejando cuidadosamente los relieves que han de convertirse en mesas, bases de camas y respaldos. Dormiréis con la oscuridad de la montaña bajo la cual se halla vuestro escondrijo y el olor húmedo de la piedra viva que constituye el único adorno. Llevad tapones para los oídos si vuestra compañía ronca, los rugidos pueden ser aterradores.
Aunque no suelo recomendar hoteles, en el caso del Hera Cave Suites puedo hacerlo con tranquilidad. Ubicado en el número 37 de la calle de Uzun Dere, es un hotel nuevo, con elegantes espacios en los salones y habitaciones amplias, con grandes terrazas al exterior donde podéis desayunar y tomar un baño en la piscina.
En Estambul podréis reservar para este hotel lo mismo que para la excursión que a continuación os narro en la agencia de turismo Shiny Travel en el número 5/6 de la calle de Yerebatan, la calle de la Cisterna y a escasos metros de ella. Os atenderá mi amigo Selim con toda amabilidad y simpatía.
De todos los paseos, caminatas, visitas y excursiones que os puede ofrecer Göreme, el turismo mundial accede a esta pequeña ciudad para unas célebres travesías en globo que, creédmelo, será una experiencia memorable de antología, de esas que jamás se olvidan.
Para el viaje en globo prepárate porque pasarán a buscarte de madrugada, quizás desde la 4 am si no antes, así que mejor vete a dormir temprano porque deseamos estar bien despiertos para gozar de esta experiencia única. En junio el aire estará tibio y generalmente aún en las alturas podrás ir de manga corta, pero si prefieres prevenir lleva una casaca liviana.
Así es que viajando entre las sombras de la noche a las afueras de una silenciosa villa donde la paz de las tinieblas es total, llegarás al campo cerca de tu globo y es bien poco lo que podrás ver, en realidad, y más bien podrás suponer que ahí hay un globo, derrumbado sobre el suelo terroso. Te alumbrarán con una pálida linterna para bajar del transporte y caminar por el suelo muelle un poco a tientas. A estas horas siempre sirven sobre una mesita de camping café caliente y algunos dulces para ir despertando a los adormilados pasajeros.
Al rato tus ojos comenzarán a distinguir siluetas. El enorme canasto para 12 a 16 pasajeros, el gigantesco globo desplegado sobre la tierra, las cuerdas extendidas que luego elevarán la cesta con sus viajantes. Los operarios de la empresa, la camioneta de transporte.
De pronto un fogonazo nos formula un foco de luz. El mechero de gas ha comenzado a insuflar aire caliente llenando el saco esférico de esa energía calórica que servirá de sustento invisible para nuestro viaje.
A la distancia un distinto fogonazo anuncia otro globo que se rellena. Y luego otro, y otro más, y muchos más. Sí, es verdad, no estamos solos, hay muchos aerostatos en el sector que harán la travesía. De a poco los alegres colores de las máquinas de volar se irán iluminando con la llamarada que calienta el aire en su interior y se irán ordenando en su estructura. El globo sube como de milagro, como si cobrara vida, se pusiera de pie y desperezara para estabilizarse enhiesto y ordenado. Ahora es una esfera resplandeciente que jala de las cuerdas del canasto que se empina sobre el suelo, sujeto por los cabos que le impiden alzarse sobre la superficie del terreno.
Es la hora de subir al transporte, tomar nuestros puestos y ser instruidos sobre las maniobras para el aterrizaje, que a veces puede ser bastante fuerte y siempre requerirá ponerse en cuclillas contra las paredes del canasto: estos aparatos aterrizan cuando se les acaba el combustible, nada de flaps, ni tren de aterrizaje ni frenos de turbina. Aun así, nunca en las veces que repetí esta experiencia sufrí un golpe violento y el canasto siempre se posó con relativa suavidad sobre el suelo. Sus navegantes son todos capitanes licenciados, con muchas horas de vuelo y curtidos en el arte de conducir estas insufladas máquinas que desafían la gravedad y levitan por el espacio llevando nuestros sueños y nuestras fantasías de niños.
Pero vamos de subida, a no preocuparse ahora. Se sueltan las amarras, se recogen las escotas, y sientes cómo nos elevamos, suavemente, de prisa. Es totalmente diferente a un avión donde nos envuelve la fuerza de los motores, la lucha de la energía para vencer la gravedad y elevar esa mole de metal con todo su pasaje y carga. En el globo en cambio el efecto es de liberación. Es como un soplo de viento que hace bailar una pluma, es como un barco suspendido del pináculo del cielo que remonta sutiles olas invisibles.
El movimiento es suave, el aire es tibio, clarea el cielo, el silencio es total. Respira el aire dulce y seco; sigues flotando como si no pesaras y el globo se pasea lento y pausado mientras en el horizonte un leve resplandor anuncia el pronto despunte del sol, nuevamente victorioso de las tinieblas.
- ¿Hacia dónde volamos, capitán?
- Hacia donde sopla el viento.
Vagamos sin rumbo conocido, levitando como vagas fantasmagorías al despertar de la aurora. Es un viaje como la vida que sólo tiene pasado, porque lo presente ya se ha esfumado y lo futuro no está todavía trazado, todo está por verse y todo lo que es, ya ocurrió.
Llegaremos a un destino pero no sabemos cuál. Veremos Capadocia desde las alturas, pero nadie sabe qué zona visitaremos y cada día puede ser diferente.
De pronto despunta el sol, el cielo se tiñe rápidamente de arreboles y el firmamento se pone terso y brillante. Desde todas partes como por ensalmo comienzan a surgir otros globos, más globos, muchos globos, el cielo está inundado de esferas multicolores y nos damos cuenta de que no estamos solos en esta travesía de la vida. Hacemos esta ruta mágica rodeados de otras personas que comparten nuestro destino. Los pasajeros saludan alborotados a los de otros transportes que flotan cerca. En la emoción que los arrebata se abrazan con sus contripulantes, se desean bien, unos ríen y otros lloran. Es un espectáculo de belleza, de alegría, de esperanza y de paz. Seguimos flotando a la velocidad y a la deriva del viento, transcurriendo en este itinerario sin rumbo fijo y visitando diferentes sectores de la provincia, allí donde el voluntarioso viento ha querido obsequiarnos con las maravillosas vistas.
Podemos ver a poca distancia bajo nuestros pies las cumbres de los picachos rocosos con sus complejos de galerías y nichos columbarios. Hemos debido elevar el globo en algunos lugares accionando el mechero auxiliar que de la anilla de la base abierta del globo. Un jalón de la cuerda y el aire se inflama con el soplete iracundo y sonoro. El aire caliente hace reaccionar con gran presteza al esferoide que toma altura rápidamente, lo suficiente para sobrepasar una colina casi al ras de las peñas. El navío flotante responde al experimentado capitán como un perro fiel a su amo, y nosotros, que ya nos habíamos empinado sobre nuestros pies vemos pasar el canasto peinando apenas las chascas de un solitario árbol sobre la señera cima que yergue sus ramas elevadas al sol.
Hacia las 8 de la mañana los globos comienzan a descender. Están perdiendo la energía calórica que ha producido esa magia de la suspensión, vamos hacia la planicie de oriente cada vez más cerca del suelo y podemos ver como las camionetas de apoyo han estado siguiendo el trayecto de los globos, todos vamos bajando, algunos ya están en tierra con el vehículo cerca para recoger el material. El nuestro está por descender y nuestro capitán y que por llamarse Murat uno espera que haga honor al nombre, produce la hazaña de posarse justo sobre la tolva de transporte. Apenas se ha sentido la caída y los pasajeros aplauden. Ahora con las escalas auxiliares ya descendemos de las naves. Los globos van perdiendo su forma y comienzan a derrumbarse a tierra. Resucitarán al día siguiente para otra nueva travesía que gozarán otros tantos turistas y paseantes que se llevarán en el corazón una experiencia inigualable, única y gozosa.
Todos están felices, se abrazan, ríen y se fotografían y reciben diplomas por su aventura que certifican el vuelo. Ahora es tiempo de compartir. Se han puesto mesas con dulces, con panes y café. Pero por ser una celebración especial tan exultante de felicidad y de placer saltan los corchos de las botellas de espumante entre el jolgorio y el compartir de sensaciones.
Anatolia se divisa en el centro del mapa mundial, al centro de Anatolia está Capadocia y al centro de Capadocia la pequeña Göreme. Aquí después de nuestro maravilloso viaje, levitando por los aires, cantando loas al sol, es bueno brindar, en el centro de la tierra.
Todas las fotografías presentadas en este texto son de autoría de Lord Horus salvo se indique lo contrario