Tantas veces me había preguntado cómo podría ser un viaje a Itaca, la pequeña isla del mar Jónico, patria de Ulises, el protagonista de uno de los más afamados libros de la literatura universal, atribuido a un poeta ignoto cuyo solo nombre constituye un enigma, Homero, que significa ciego.
De los dos grandes poemas épicos de la Grecia clásica el más leído es “La Odisea”, que narra las aventuras de Odiseo (en griego Odíse-as que se tradujo al latín como Ulises) luego que a la caída de Troya los príncipes griegos partieran rumbo a sus respectivos reinos con sus cargamentos de invaluables tesoros anatolios y esclavas troyanas.
El viaje de regreso de Odesio-Ulises a Itaca fue de lo más accidentado y tormentoso. Anduvo errante diez años entre borrascas y naufragios, encuentros con gigantes, hechiceras y dioses que le provocaron numerosos infortunios. En sus correrías perdió a muchos de sus hombres y sus naves, aunque no le faltaron desvaríos amorosos, como con la maga Circe con quien se quedó un año en su isla de Eea. Que no se diga que todo fue puro sufrir. Uno de los célebres episodios del prolongado periplo de Odiseo lo constituye su desembarco en Sicilia (Trinakía) donde vivían los cíclopes, unos gigantes de un solo ojo bastante malhumorados y bien dispuestos a nutrirse de carne humana. El más famoso de ellos era Polifemo quien tras el desembarco se banqueteó a varios tripulantes para luego aprisionar a Odiseo y el resto de sus compañeros. Odiseo que tenía etiqueta de astuto planeó ser afable con el odioso gigante y le ofreció grandes cantidades de vino dulce mientras conversaba con él. Interrogado por su nombre Odiseo le dijo que su nombre era “Nadie” (Uútis). Cuando el cíclope cayó borracho al suelo aprovechó el héroe griego para clavarle una lanza en su ojo dejándolo ciego para darse una oportunidad de poder escapar junto a sus hombres. Demás está decir que el pobre Polifemo llamaba a los demás cíclopes acusando que “Nadie” lo había herido así que lo tuvieron por demente o meramente borracho. A la mañana siguiente Odiseo pudo escapar con sus hombres usando otras tretas para no ser advertido. Pero lo que Odiseo no había calculado bien era el parentesco de Polifemo, hijo del dios Posidón y como eso de tener enchufes en el Estado es cosa bien antigua, Polifemo se aseguró de que su papi desplegara una serie de tormentas y huracanes sobre la flota de Odiseo, llevándolo a la deriva por lugares insospechadamente lejanos de su ruta natural.
Troya, situada sobre el estrecho de los Dardanelos controlando el paso del Mar Negro y con ello el comercio con el Asia Menor, distaba unas 580 millas de Itaca. Había caído a mediados de primavera y según las condiciones favorables de los vientos nororientales de esa época del año y la corriente que lleva del Mar de Mármara al Mar Egeo, debió haberse tardado no más de un mes en llegar a su patria, considerando barcos que navegaban a unos 2,5 nudos en orden de remo y que la navegación de la época se hacía a vista de costa y por lo mismo sólo de día. El paseo de 10 años extras que Odiseo se permitió para retornar a su reino le merecería el título de santo patrono del turismo.
Y como Itaca es el escenario final de una de las narraciones de viajes más famosas de la historia, resplandece como desembarque obligado para cualquier aventurero que haya hecho de los viajes un foco de su vida, una pasión, un afán o una mera manía.
Itaca es chiquita, casi minúscula, y se ve aún más pequeña por estar apenas a 2 millas náuticas apenas de la mayor de las islas del mar Jónico, Cefalonia con la cual formaba una misma prefectura hasta que en el año 2011 se constituyó como unidad periférica independiente. Atendida su estrechez y consiguiente relieve muy escarpado no tiene aeropuertos y por eso, hoy como en tiempos de Odiseo, has de llegar a Itaca por mar, como debe ser. Una travesía clásica donde cada segundo es una experiencia, cada mirada es un cuadro, cada respiración una sinfonía y cada paso el umbral de otra aventura.
Dejé Corfú a la hora en que asoma el sol, y el cielo y las aguas se visten de rosa y los primeros destellos del carro de Helios nos ayudan a encomendar el viaje a los buenos auspicios de Posidón y las demás deidades marinas, esperando que las 9 horas de travesía no se conviertan en una sucesión de acontecimientos inesperados que nos tome 9 años en llegar a destino. No dejan de pesar en mis pensamientos los presagios históricos, los relatos mitológicos y las tradiciones homéricas. Itaca, sinónimo de alteraciones e imprevistos, es algo así como la vida misma, cuyo futuro no existe y su presente no es más que un mapa en blanco. A modo de oración recordé los bellos versos del poema Itaca Konstantinos Kavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencia. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Posidón, seres tales jamás hallarás en tu camino si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y cuerpo”.
El Lefkada Palace es una de los mejores barcos que brinda el servicio de las islas Jónicas. Una bella nave moderna, comodísima, con buenos y muy aseados servicios higiénicos. Tiene servicio de cafetería y snacks. Si sois hambrientos recomiendo llevéis cosas para comer especialmente si vuestro viaje pasa por la hora de almuerzo, que lo será antes de Ítaca cuyo arribo está programado para las 15:30. No es un ferry y por lo mismo no transporta vehículos. Tuve que devolver a Sissi y despedirme de Michalis el día antes de mi partida, ya que la cita en el puerto de Kérkyra es a las 5:30 de la madrugada. Id premunidos de algo qué leer o algo en que entreteneros durante el viaje y llevad algo de abrigo liviano. Nunca hace mucho frío por estas épocas, pero el viento en el mar siempre puede ser algo imprevisto e incómodo. El salón en todo caso está siempre templado pero no son tantas las plazas y deberéis contar con que los viajeros suelen ser malos para compartir espacios y pretenden hacer camas de los sillones, así que si ese es vuestro lugar preferente, llegad temprano y subid rápido al barco.
Itaca menos que una isla, es como un pedrusco caído del cielo, esquirla de alguna estrella que asomada en el balcón de los astros perdió alguna joya que vino a caer sobre las aguas y así se formó la minúscula patria de todos los viajeros que en el mundo han sido. Es como un pequeño barrio, nada más un roquerío, tan pequeña, estrecha y acotada que con cualquier persona con que converses ya sabes que volverás a encontrarte. Es tan íntima y tan tranquila, silente y contenida que donde sea que vayas, llegarás al punto de partida.
A mi llegada en el puerto de Pisaetos estaba a mi espera Spiros, uno de los taxistas famosos de la isla, muy puntual, habla perfecto inglés y tiene un buen auto que hace todo tipo de carreras y es muy recomendable (+30 697 085 1424 os dejo su whatsapp).
Nos encaramamos por las sinuosidades que inevitablemente acompañarán cualquier aventura por la isla camino a Vathí, la capital, y luego de acomodarme en el departamento que había alquilado me fui hasta Alpha Bikes sin dudas el mejor rental de motocicletas de Itaca. Son serios y profesionales y tienen una buena flota de motos muy nuevas, en perfectas condiciones y muy limpias a precios bastante bajos. No recomendaría para nada hacer tratos con intermediarios internacionales que funcionan muy mal. Lo mejor es comunicarse directamente con Gianni o Ernesto que os darán trato de amigos y os darán todo tipo de consejos (+30 26740 32850 es el teléfono de Ernesto aunque no usa whatsapp. Hay un correo central alphacarental@gmail.com)
Me entregaron una preciosura menuda, blanca y elegante, nueva de paquete, Vespa Liberty del grupo Piaggio. Son 150 cc que responden muy bien a los requerimientos de los breves trayectos que uno necesita hacer por la isla, con gran agilidad para unas curvas que aquí son una maraña de recovecos para donde sea que uno deba dirigirse en viajes que rara vez durarán más de 20 minutos. Luego de inspeccionarla un momento supe que su nombre no podía ser otro que Ariadna (Ariadní en griego), la delicada princesa cretense que prendada del príncipe Teseo lo había ayudado a salir airoso del laberinto de Minos habiéndole dado un ovillo de lana que sirvió al ateniense para dejar la huella que lo llevaría nuevamente a la salida luego de dar cuenta del Minotauro. Ariadna huyó de su patria con Teseo aborrecida por su familia por haber ayudado al ateniense. Pero éste luego de un breve romance la dejó abandonada en la isla de Naxos. Aunque la actitud de Teseo es repudiable, gracias a su profunda ingratitud quedó el tema de la frágil princesa abandonada que dio lugar a una de las óperas más bellas de Strauss y uno de los libretos más inteligentes del poeta von Hoffmansthal, diría que mi ópera favorita.
Y como toda moto merece no sólo su nombre sino también su ceremonia, en el estacionamiento frente a la oficina, en la escollera del puerto, ante la galería de los tripulantes del yate Second Star que aplaudían con jolgorio, con Gianni haciendo fotos y vídeos del evento y Ernesto incrédulo palmeaba con los del yate, la Piaggio fue bañada con una botella de Prosecco mientras yo le profería una oración: “Y desde ahora sea tu nombre Ariadní y ante tu figura se inclinarán los vientos y el sol saludará tu paso, que tus caminos sean suaves y firme tu andar, princesa de los caminos y ninfa de los senderos”. Así fue como al atardecer de ese primer día la Piaggio ahora con nombre propio circulaba por primera vez por los rocambolescos caminillos que rodean la bahía de Vathí, uno de los puertos más abrigados de todo el mediterráneo mientras el sol comenzaba a caer tras el telón occidental de Cefalonia y las lucecitas de las terrazas sobre la escollera comenzaban a brillar para tentar a los paseantes con su oferta de platos griegos, vinos regionales y el infaltable oúzo, mientras el vientecillo vespertino asperjaba el ambiente con aromas de romero, jazmín y lavanda y la luna comenzaba a elevarse sobre el horizonte del norte transformando todo ese mundo en una página de un cuento, de magia y ensoñación que atrapa los sentidos y piensas que quizás ya no vuelvas a despertar jamás.
No hay tanta variedad caminera en Itaca. Todo transcurre más o menos por una senda que va de Vathí hacia el norte y otra que va desde allí hacia el sur. El trayecto será siempre ascendente y descendente y en ocasiones será necesario contar con ayuda caminera para encontrar las callejas correctas cuando nuestra ruta se interna en algún pueblecillo. Pero cualquiera sea el camino en Itaca te sentirás envuelto en el aroma de los cipreses y el romero silvestre y mientras el bosque de lentiscos y olivos se alza sobre las desnudas peñas, los suelos se colorean con mechones de retama, escabiosas y amapolas, y las alcaparras visten el manto rocoso con sus elegantes flores tan lánguidas como una heroína de Balzac, tan blancas como la espuma del mar. Pasando por los caseríos las rabiosas combinaciones de rojo, morado, magenta y rosa de las buganvilias y el fragante blanquecino jazmín atacarán todos tus sentidos con cascadas de color y aromas desparramándose a borbotones sobre muros añosos de históricas piedras y agrietados revoques que obligan a detener el paso y testimoniar con una fotografía el marco pictórico que traza nuestro recorrido.
Hacia el norte la segunda ciudad, que diríase mejor villorrio, encumbrada en los faldeos del monte Níritos, se encuentra Stavros, tan tranquila y silenciosa como una postal en blanco y negro. Es el emplazamiento supuesto del palacio de Odiseo de lo cual no hay vestigios remanentes. Es un camino que bordea un filo de montaña por el cual iremos siempre con vista sobre el canal entre Itaca y Cefalonia por un trayecto de 17 kilómetros no muy complejo y que puede tomar unos 20 minutos, aunque la tentación por detenernos y perdernos en la contemplación del espejo brillante del mar será siempre un poderoso retardador del recorrido, pero bien valen la pena esos momentos de silencio y recogimiento para grabar en nuestras mentes esas panorámicas que nos explican el carácter afable y alegre de las gentes locales. Aunque no hay mucho que ver en Stavros, porque Itaca es así, resulta una experiencia espiritual pasar parte de la mañana transcurriendo por su única calle principal y tomar un café, respirar el aire dulce y perfumado que nos envuelve, sentir el viento en nuestras caras, escuchar la tranquilizadora sinfonía del silencio cadencioso interrumpido sólo por la campana de la iglesia y el motor de uno que otro vehículo que cada cierto tiempo cruza la ciudad de un extremo a otro en menos de un minuto para perderse en la cuesta del camino. Son sectores de poco turismo extranjero. Un ambiente griego más natural, más lento, una vida que transcurre en otra dimensión, sin urgencias, pausada y de minutos más largos y llenos de colorido y aroma de limón a la sombra de las moreras.
Bajando hacia el oeste por un recoveco de curvas en U y mayormente en V que pondrán a prueba la maestría sobre la moto, aunque os perdonaré un golpe de pie en las curvas más extremas donde iréis a velocidad mínima, llegaréis a poco más de un kilómetro y escasos minutos, a la sorprendente playita de la bahía Polis. Casi desolada y sin turistas extranjeros, encontraréis un lugar adecuado al descanso, tranquilidad y relajo total. Hay toldos y tumbonas y el encargado, Takis (eso es diminutivo de Panayiotis), es todo un personaje que conversa con todos los veraneantes y ayuda a las señoras con las carteras de playa. Hay un carrito que ofrece buenas ensaladas y souvlakis de cerdo y cordero y otras comidas griegas con mesitas y sillas bajo toldillas para refugiarse el sol, los precios son griegos, no turísticos y prestan una muy agradable atención.
El puerto del Palacio debería haber estado al otro lado, sobre la costa este, en Frikes, mejor protegida de los vientos del sur oeste. Así que es probable que en esta bahía más solitaria y desatendida hubiera sido el lugar para el desembarco de Odiseo al llegar secretamente a Itaca y cumplir su cometido de recuperar su palacio del asedio de los pretendientes que lo asolaban. Así que además del descanso y la relajación bien podéis haceros a la tarea de recuperar de entre las nubes de los siglos alguna desvaída imagen de esa remota época. Quizás entrecerrando los ojos, sólo tal vez, alguna deslavada visión de un mundo antiguo de una birreme varada sobre la playa pudiera reconstituirse ante nosotros luego de purificar de ese paisaje todos los elementos de nuestro mundo moderno, tarea que no será tan difícil en una playa tan poco concurrida, tan tranquila y callada que miramos hacia el horizonte nos parecerá que sólo el viento la visita mientras el mar besa las orillas pedregosas en su suave y cansino embeber y desocupar las pálidas orillas.
La isla sigue siendo tan silvestre, tan tranquila y tan deshabitada como pudo haberlo sido hace cuatro milenios. En las partes altas y sobre todo por las tardes es bien prudente estar atento a las cabras que corretean por los caminos haciendo resonar sus cencerros. Estos parajes nos transportan hacia un mundo casi perdido en los pliegues de la historia, reacio a sumarse a las neurosis y premuras modernas. En Itaca descubriremos que cada paisaje nos conduce a otro tiempo, cada momento está lleno de magia, cada tarde nos cubre con el silencio, la serenidad y el descanso y cada noche nos trae una esperanza.
De todas las playas de Itaca, de todas las playas del mundo, mi favorita es la bahía de Filiatró, sobre la costa este, a poco más de tres kilómetros de Vathí a la cual se accede por una ruta no muy difícil, salvo en la parte de la llegada a la playa que requiere un poquito de pericia en las últimas dos curvas que no son tampoco gran desafío. La playa tiene un sector para estacionar motos.
Filiatró es una playa de cantos rodados blancos con olivos para garantizarnos la sombra. Hay tumbonas y quitasoles que se arriendan a precios normales y atención a la playa de los chicos del bar, Dimitri entre ellos. Con un excelente ambiente y agradable música el público mayoritariamente local es tranquilo y amistoso. En la barra se forman grupos animados en torno a unas cervezas o un café y muchas parejas bailan a los ritmos de la salsa, el merengue o la rumba. Más allá del bar y para paladares bien afinados está el restaurante Kirki, toda una sorpresa para una comida de playa pues tiene una carta muy gourmet con un buen montaje de sus platos logrando un toque fusión incluso con las comidas típicamente griegas. La verdad es que Filiatró es única por su belleza, su tranquilidad, su ambiente, la simpatía y afabilidad del público, lo fácil que es conversar con cualquiera que te encuentres por ahí. Uno se toma fotos con personas que jamás habías conocido y todos sintonizan en un ambiente como de club de socios, como si todos fueran conocidos. Te pasas el día entre la playa, el restorán y la barra mientras la luz del sol va tiñendo el panorama de variados colores hasta que llega la tarde y te bañas en sus aguas tibias a la caída del sol y el cielo se va tiñendo de añil y entonces te despides quizás hasta el otro día, quizás hasta el otro año.
El último día que me bañé en las aguas de Filiatró fue el día de mi partida. Llegué temprano y alcancé a disfrutar hasta pasadas las trece horas para volver a Vathí a buscar mis cosas y partir con Spiros al puerto de Pisaetos donde la Lefkada Palace habría de cruzar el estrecho canal que separa esta mágica isla de la grande Cefalonia, mi próximo destino.
Itaca es como la isla de Circe, que te hechiza y te hace sentir que deberías quedarte ahí para siempre y por siempre. Es sorprendente, una minúscula joya flotando en el mar Jónico, la más íntima y misteriosa de las islas, que tiene un pacto con muchos dioses y muchos hechiceros. Como el canto de las sirenas, los efluvios del romero silvestre y los cipreses seguirán llamándote aún en la distancia y los colores del cielo, el agua y los montes continuarán enviando señales. Cuando me volví ya en el barco a mirar cómo se alejaba la isla en el horizonte pude comprender que se puede venir a Itaca y se puede salir de ella. Pero lo que jamás podrás llevarte contigo es tu corazón, que permanecerá atascado en alguna peña, en alguna grieta, en algún pliegue del mar o del cielo. Itaca es esa mágica ensoñación, ese murmullo de cantores antiguos, esa patria de viajeros errabundos y quizás de vagarosas fantasmagorías nocturnas, que una vez han besado sus aguas y respirado su perfume ya sólo desearán regresar, y por más que pasen los años, a Itaca habrás de volver porque más que un pedazo de cielo, la esquirla de una estrella o una peña encantada, es un verso que nace cada mañana y se cuenta cada tarde, es luz y es color, es belleza y sentimiento, es en fin, todo eso que llamamos poesía.
Todas las fotografías presentadas en este texto son de autoría de Lord Horus salvo se indique lo contrario