Un fin de semana tibio y luminoso no puede ser desaprovechado por un amante de las rutas, especialmente cuando se es un padre halcón. La naturaleza y los caminos están ahí, como libros abiertos, como poemas no leídos, como acordes inconclusos. Nos remite una invitación inexcusable a zambullirnos en el horizonte. Cabalgando nuestras motos transcurrimos por esas líneas ensortijadas en el intento de adentrarnos en la melodía del paisaje. Las vistas se tornan más efusivas, los perfumes se vuelven más intensos, los colores más vivos, los sabores más cercanos, los sonidos más vibrantes. El viento nos presiona estimulando la circulación sanguínea. Se despierta la conciencia de nuestra posición corporal y el análisis de la tensión o relajación de cada músculo.
La conducción del motorista es de permanente alerta, sus sentidos se ahúsan transformando la información circundante en una verdadera partitura con la que describe las vivencias del paisaje y concluye los versos suspendidos en el tiempo que se desparraman y reordenan a nuestro paso.
El sábado había hecho una buena travesía con el plantel de halcones en pleno. Vueltos por la tarde a sus nidos ya no habría cómo seducirlos para salir nuevamente de rodada el domingo. Pero yo no estaba dispuesto a desperdiciar un día de cielo límpido y horizonte sereno y aunque podría haber emprendido vuelo en solitario, como tantas veces, opté por invitar a Blue Wolf, que lleva casi un año con su moto averiada, para un paseo a la frontera. Le hice una oferta tentadora que sabía yo, no habría de rechazar: le propuse que condujera mi moto insignia, la Salve Regina. Como esperaba, aceptó de inmediato y así encaminamos nuestras cabalgaduras hacia la montaña, yo montando la pequeña Mimí, nombrada así en honor de la protagonista de La Bohéme de Puccini.
La ruta de Pucón a Curarrehue (CH-199), bastante acibarada por rajaduras, oquedades, socavones y baches, serpentea junto a la margen sinuosa del Trancura remontando el tramo más calmo del río que corretea sereno junto al boscaje en una epifanía fluvial que a un tiempo se nos muestra y escóndese a ratos en el entrevero de arboledas y hierbajos, chaparrales, matojos y brañas. El camino tiene curvas amplias con buena visibilidad lo que nos permite tumbar bien nuestras motos, pero es necesario estar atentos al calamitoso estado caminero tan típico de nuestra comuna para no tener que lamentar accidentes o el simple deterioro de amortiguadores y neumáticos.
En llegando al límite de Curarrehue hácese notorio el cambio del paisaje, la mano edilicia y el acabado del pavimento. La ruta desde aquí hasta la frontera transcurre por 36 kilómetros sobre una carpeta en perfecto estado de mantenimiento con magníficas curvas de distintos grados de dificultad, al norte flanqueada por la imponente serranía de las peinetas que a escasa distancia se empina con su pétrea crestería en abrupto ascenso a 1.500 metros sobre nuestra vista. Este llamativo templo natural bien vale la pena una detención para dejar que nuestra mirada se pierda en las alturas y escabulla en los escondrijos celestes, que allí desde la era primordial el ojo humano se entorna buscando respuestas, serenidad y sanamiento, sabiduría, consejo e inspiración. Cada vez que admiro ese llamativo pináculo mi mente se refugia en uno de los más descollantes versos de la literatura universal cuando Virgilio en la Eneida nos narra que si el Rey Eolo no mantuviera con su cetro apaciguados los vientos y tempestades prisioneros en su monte, ellos con su furia arrastrarían los mares y la tierra y hasta las profundidades del cielo que serían barridos por los aires (ni faciat, maria ac terras cælumque profundum quippe ferant rapidi secum verrantque per auras). Como vivimos en zona de vientos portentosos, siempre pienso en esa genialidad literaria que supone que el cielo pudiera ser barrido por las tempestades dejando un vacío sin firmamento.
Hacia el sur el paisaje a través de la ruta sorprende por la variedad sublime de matices, tonos y texturas del centenario bosque de coihues; sinfonía de colores cuya mayor expresión se da en otoño cuando el horizonte se tinta de ocres, rojos y azafranes mientras una llovizna de hojas pardas cae lenta y espaciosamente sobre nosotros como un hechizo de bendición o un primigenio ritual de ungimiento.
A no despreciar las paradas que puedan realizarse en los numerosos puentes que cruzan y descruzan el Trancura donde se nos ofrecen mágicas vistas de aguas centelleantes que escurren por la pedregosa y abrupta escenografía de laderas y gargantas. Ventaja tenemos en nuestras motos donde la estrecha berma no permite la detención de automóviles.
En el puente Puesco, a 2,7 kilómetros de la salida de Curarrehue, comienza la cuesta que constituye un desafío técnico importante. Desde este punto el ascenso está constituido por un trayecto de 9 kilómetros con 15 curvas principales. Las curvas tercera (km 1,3 desde el puente Puesco), sexta (km 1,6) y novena (km 2,2) son en U y siendo en pendiente fuerte ascendente requerirán de todas nuestras habilidades técnicas: ya sabéis, preparar la curva desacelerando y frenando suave y anticipadamente, contramanillar antes del ápice; mantener aceleración leve y constante durante la curva y contrainclinar porque iréis a escasa velocidad y la inclinación no os favorecerá para nada, así que a mantener el codo exterior alto y la mirada hacia el interior de la curva y atrás de la moto mientras aplicáis el contrapeso a la inglesa. En el kilómetro 2,6 os enfrentaréis a la doble curva duodécima y décimo tercera, compleja por el cambio de eje. En el kilómetro 4,4 comienza un pronunciado descenso hacia el puente Momolluco que se ubica en el ápice que la curva décimo cuarta. Traspuesto el breve puente la ruta comienza un nuevo ascenso por empinada pendiente de modo que tendréis que emplear todo vuestro arte técnico para evitar en el puente que la moto se abra demasiado. No desaprovechar que la vista sobre el río desde el puente, arriba y abajo, es un espectáculo imperdible y bien puede seros de utilidad tomar un leve respiro mirando esas aguas huidizas brincando entre las piedras y zambucándose bajo los coihues que se abrazan de extremo a extremo de la garganta extendiendo sus ramas como amantes que se despiden y se niegan a la separación.
Llegados al kilómetro 9 habréis traspuesto la amplia y suave curva décimo quinta y estaréis ya en terreno de leve inclinación y camino someramente recto que transcurre junto al pequeño lago Quillelhue de notable fauna silvestre. El mejor mirador está ubicado en el Kilómetro 10,3 (siempre medido desde el puente Puesco) aunque la estación sobre el cabezal del lago (Km 11) merece una parada casi obligada. Desde aquí por breve sendero podremos bajar a la playa del lago y gozar de un momento de divina contemplación. El espectáculo lacustre con sus fulgorosos reflejos en el marco de un paisaje de rabiosa y desenfrenada belleza constituye una experiencia sobrecogedora en cualquier época del año.
Continuando la ruta hacia la frontera en el kilómetro 15,2 encontramos un parador donde se puede apreciar un amplio bosque de araucarias con ejemplares de toda edad. Pequeñas crías de 10 años de vida y 70 centímetros de altura pueden verse junto a soberbias gigantes que cual atalayas de la historia desde su encumbrado sitial llevan cuenta de los siglos y aquilatan los milenios.
Desde este punto hacia el oriente se tiene la mejor vista del volcán Lanín, eminencia por cuya cumbre transcurre la linde chileno argentina. El volcán se nos presenta como pintura infantil surgiendo nítido desde la base hasta la cumbre sobre una planicie inesperada. Bello hito fronterizo que sobre la cumbre separa y bajo en sus cimientos une dos países que por su extensa cercanía están llamados a entenderse por siempre y para siempre por las buenas o por las malas sujetos por un lazo que ni el viento ni los años puede reblandecer ni desatar.Blue Wolf descendió de mi moto y acomodándola dejó perder su mirada en el insigne monte empinado hacia el sol, jalando en ese afán el mantel terrestre, colmándolo de canaladuras, surcos y pliegues. Yo acomodé por mi parte a la Mimí para volverme hacia esa majestuosa pirámide tanto más antigua que la primera del faraón Sneferu, uniendo la tierra al cielo a la vez que los separa como une y separa a Chile de Argentina. Acercándome abracé por los hombros al lobo que sonrió adivinando mis lucubraciones interiores y dijo al viento y a las araucarias presentes: “No por nada somos hermanos”.
Todas las fotografías presentadas en este texto son de autoría de Lord Horus salvo se indique lo contrario