Los territorios con rica biodiversidad pueden y deben ser el epicentro de innovaciones que anticipen un futuro más verde y equitativo.
Chile, con sus diversos ecosistemas, desde los desiertos más áridos hasta los glaciares antárticos, es un verdadero laboratorio natural. Aún nos falta dimensionar las potencialidades inigualables que aquello representa a distintos niveles y relevar el tremendo aporte que contribuyen para la investigación y el desarrollo de tecnologías sostenibles de impacto global. En cada rincón remoto de nuestro planeta, donde la biodiversidad se extiende con su majestuosidad, están emergiendo ejemplos concretos y funcionales de cómo la innovación, arraigada en lo local, puede generar avances significativos.
Los laboratorios naturales representan una fusión de la comunidad, la cultura y la ciencia, todos convergiendo en entornos que ofrecen condiciones únicas para la experimentación y el desarrollo de soluciones sostenibles. Porque cuando la innovación se inspira, aprende y emerge de la naturaleza, alineándose con el ritmo y las necesidades del ecosistema local, nos volvemos testigos de resultados inimaginables.
Hace 13 años gestiono estrategias y ecosistemas de innovación y hace 4 años que lo hago desde una zona rural, rodeada de un bosque que me incentivó a crear, desde aquí, Glocal, un fondo de innovación que opera gracias a alianzas público-privadas y que invita a pensar global innovando desde lo local, de manera descentralizada y sostenible. Uno de los ganadores de la última edición de Glocal en su versión Norpatagonia fue Crioprotect, un revolucionario líquido antiheladas diseñado para proteger grandes y pequeñas áreas de cultivo. Este producto es el resultado de investigaciones que combinan la utilización de microorganismos antárticos y nanotecnología, desarrollado gracias al esfuerzo de científicos chilenos que viajaron hasta el continente blanco para explorar las singulares potencialidades de su biodiversidad. Crioprotect no solo busca mitigar los efectos devastadores de las heladas en la agricultura, sino que lo hace respetando el equilibrio ecológico, proporcionando una solución sostenible que armoniza el ingenio humano con la sabiduría inherente de la naturaleza.
Llevando estas reflexiones a un contexto latinoamericano, en un reciente viaje al corazón del Amazonas, tuve el privilegio de participar de un encuentro de innovación organizado por el Ministerio de Producción de Perú. Este evento, era el cierre de uno de los ciclos del programa InnovaSuyu – nombre inspirado de la palabra que en quechua significa “región” -, que tiene por objetivo dinamizar los ecosistemas de innovación y emprendimiento del país de forma descentralizada. Durante esas jornadas de trabajo, no solo compartimos la experiencia de Glocal desde Chile, sino que también observamos el impacto transformador de dirigir recursos hacia áreas de baja densidad poblacional pero ricas en biodiversidad. InnovaSuyu ha movilizado a más de 3800 personas y ha acelerado 12 nuevos ecosistemas de innovación y emprendimiento en el país vecino, en un esfuerzo sin precedentes de política pública para fomentar conexiones y promover soluciones que respetan el patrimonio cultural local y cumplen con los estándares globales de sostenibilidad.
Aunque los desafíos son evidentes, aquí hay dos ejemplos de cómo los laboratorios naturales pueden evolucionar hacia centros de innovación y desarrollo inclusivo, estableciendo modelos de trabajo replicables en el resto de Sudamérica y el mundo. Los territorios con rica biodiversidad pueden y deben ser el epicentro de innovaciones que anticipen un futuro más verde y equitativo con un enfoque que no solo ilumine el camino para futuras colaboraciones transcontinentales, sino que nos invite a considerar cómo podemos amplificar estas iniciativas que, desde rincones remotos del mundo, están reconfigurando el panorama global de la innovación y la sostenibilidad.